lunes, 19 de abril de 2010

Guerras y adicciones en círculos concéntricos


The Hurt Locker (Kathryn Bigelow, EEUU, 2008)
Confieso no me entusiasma el cine bélico. Claro, aprecio algunos largometrajes que pertenecen a tan respetable género. Sin embargo la cinta que en este texto comentaremos, llama la atención por varias cosas: una puesta en escena efectiva, acertada, basada en el in crescendo emocional que se genera con la desactivación de cada artefacto explosivo con su respectiva situación dramática. La soberbia actuación de Jeremy Renner, en su personaje del Sargento William James, que le llevó a la configuración de un personaje creíble, verosímil, de mucha fuerza interpretativa. Emocionalmente este personaje logra introducir al espectador dentro de la acción. Un contundente prólogo concordante con el final de la película.

El fragor de la batalla es, a menudo una potente y letal adicción, es una droga para la guerra. Reza un breve epígrafe y efectivamente parece ser el leitmotiv a lo largo de todo el film. Así, se da inicio a una secuencia de escenas que van abrumando al espectador con su eficaz tratamiento del in crescendo emocional; es decir, el acto de desactivar una bomba se convierte en sí mismo en un espectáculo adosado a la historia de la película. Paralelo a las andanzas por territorio enemigo del sargento William James, donde no sólo vemos a un soldado temerario que constantemente arriesga su vida, la directora Kathryn Bigelow logra hurgar en la sensibilidad de un humano entrenado para matar -cosa bastante contradictoria-, pero ser humano al fin. Por ejemplo, la relación del sargento con el niño que vende películas piratas. Pareciera que de este tipo de cosas no pudiese prescindir un guión que se respete. Esto creo lo hace un film, a pesar de lo lineal de la historia, bastante íntimo, de personajes con claras y marcadas sicologías. La directora con mucha astucia logra acercarse a los miedos de los personajes principales, incluso sin descontextualizarlos. El miedo a la muerte que manifiesta el especialista Owen Eldridge, mientras juega a la guerra a través de un videojuego aniquilando en lo virtual, se transforma en mera satisfacción cuando asesina en la realidad real a uno de los enemigos. Después de la acción, su rostro lo dice todo.

La cámara tiene una presencia importante por dos razones: la primera tiene que ver con la utilización de la cámara en mano,- recurso altamente utilizado en el cine bélico-, pero en esta cinta nos introduce en forma de artilugio en lo que podría ser elemento propio del cine documental para teñir la historia de cierta verosimilitud, para situar al espectador en el vértigo de la acción misma. Por otro lado, existen dos discursos que se encuentran de manera contundente, la mira del armamento de guerra panea el espacio enemigo y se encuentra inminentemente con un hombre cámara en mano que graba al sargento, contundente construcción que deja a la elaboración inmediata de varios sentidos connotados. Es decir, la cámara se encuentra con la mira o viceversa, el dispositivo que graba, funge de enemigo, denuncia una situación humanamente aberrante, nos dice: esto no es un panfleto.

Los días se van agotando y ya el regreso a casa para el sargento y para algunos de sus compañeros es inmediato. La rutina del hogar parece no estar dentro de su rutina. La simple tarea de buscar una marca determinada de cereal en algún anaquel de cualquier supermercado, lo abrumó, lo desubicó, lo sacó de contexto. El plano general frente al anaquel habla por sí solo y de eso se trata. Esa escena bañada de paz y tranquilidad familiar detona el regreso a la guerra, y la acción vuelve a empezar. Así mismo son las adicciones.

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